Este próximo agosto se cumplen tres años desde que un buen día, en caliente, decidí subir un vídeo que, desde un punto de sincera ignorancia e incomprensión, abrí interpelando a cámara con “A ver si lo he entendido bien…”

Muchas cosas han cambiado desde entonces. Yo he cambiado. Pero he procurado mantener el concepto “que alguien me lo explique” por encima de todo. Y solo lo he conseguido eventualmente. Hay vídeos de los que me siento orgulloso, y otros que me producen sonrojo. Del malo.

Una de las pocas rutinas que he adquirido cuando subo una pieza nueva es desconectar el Wifi durante una hora, y solo entonces sondear las reacciones que ha generado. Antes hacía justo lo contrario: los comentarios más alineados con mi opinión, los más benevolentes, siempre llegan al principio. Y a partir de ahí, van emergiendo las discrepancias. Que velozmente devienen en trolls, por cierto, pero que no son necesariamente lo mismo, aunque con frecuente sea algo coincidente. Y esa mi paga con cada vídeo que subo, mi diminuta y valiosa recompensa: que el granito de arena con el que consigo irritar a otras personas, en escasas ocasiones se convierta en una perla. Lanzada bruscamente a mi cara, pero joya al fin y al cabo.

Cuando alguien me para por la calle para decirme “Moi, me encantan tus vídeos, muchas gracias por lo que haces”, no puedo evitar sentirme un absoluto farsante. Entre otras cosas, por recibir las gracias en vez de darlas. Porque, aunque suena a discurso fácil y hueco de profesor enrollado de Literatura (“En realidad, yo aprendo más de vosotros”), mi respuesta “No, no, ¡gracias a ti!” es, aunque casi automática, sincera hasta las trancas. Juro que nadie sale más beneficiado que yo. Porque me encara con el troll que habita en mí.

¿Te has parado a pensar por un instante, que para ese que llamas troll en redes sociales, el troll eres tú? ¿Llamará Álvaro Ojeda “troll” a alguien? ¡Pues claro que sí! Primigeniamente, un troll era un perfil que se dedicaba a incordiar y atacar sistemáticamente. Pero el mundo virtual ha simplificado el juego, por fortuna para nuestro confort y desgracia para lo demás. Corrijo: los mundos virtuales. Porque Internet está compuesto, cada vez más, por numerosos mundos virtuales (uno por persona) que funcionan como cajas de eco. Peligrosas e impermeables ciudadelas que construimos a nuestra medida para que nuestra valiosa opinión resuene y se retroalimente. El 69 del ego. Las murallas son lo único que se interpone entre nosotros y los caminantes blancos. Pero al mismo tiempo, nos dejan fuera de la gran mayoría de murallas ajenas. Nos convierte a todos en el Troll de Schrödinger.

Nunca me he definido ideológicamente en público (en privado aún tengo que resolverlo), pero entiendo que quienes comparten mis vídeos tienden a la izquierda. Y en mi escasa experiencia internauta en general, y YouTubera en particular, sigo a pocos creadores de contenido de ideología progresista. El motivo es que me gusta la comodidad. Demasiado. Así que tengo que luchar contra ella concienzudamente, a diario. Me obligo a poner a prueba mis opiniones devorando vídeos y literatura “de derechas”. Las comillas son intencionadas: por desgracia, la pandemia de la polarización está dejándonos huérfanos de toda escala de grises, imponiéndonos de forma taimada el blanco y el negro. Esto es bueno, o es malo. Que le den a los matices, no son útiles. Ni cómodos. Los matices consumen demasiados recursos, demasiado tiempo. Esto es correcto, o es incorrecto. Esta opinión no es de izquierdas (“mi concepción de izquierdas”), ergo es de derechas. Estamos siendo despojados del contexto.

Y no amigos, esta es la Gran Amenaza. La ideología tiene una utilidad fundamental, que desaparece e incluso nos apuñala por la espalda cuando usurpa el terreno a las ideas. Permitir que lo estanco, lo absoluto e inamovible, devore la capacidad de evolución y cambio, es a todas luces desastroso. Sin contexto, no somos nada. O como mucho una cáscara, un vocero escandaloso que no tiene nada que decir.

Nada más alejado de mi propósito que el moralismo e impartir leccioncitas (soy el primero que las necesita desesperadamente), pero sí me permitiré la libertad de lanzar un consejo que nadie me ha pedido, y que yo hubiera querido recibir hace tres años: ¡ponte en peligro! No en plan “Vale, voy a dejar la Declaración de la Renta para el último día, qué coño”. Arriesga lo que eres íntimamente. Ten la audacia de consumir también contenido que remueva tus cimientos. Escucha a la gente que desde la inteligencia ataca frontalmente aquello en lo que crees. Posiblemente te flipe como a mí el canal de “Spanish Revolution”. Pero mírate también, sin partir de prejuicios, a Un Tío Blanco Hetero, a Antonio Escohotado, incluso a Arcadi Espada. Tienen tanto que decir como aquellos a quienes admiras (a veces, solo admiramos a quienes nos reafirman). Atrévete a hacer alguna excursión más allá del Muro. Probablemente no volverás siendo la misma persona, pero sí más fuerte. Créeme: incluso tus caminantes blancos particulares esconden perlas.