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Este viernes 13 de octubre me han invitado a dar una pequeña charla en las Jornadas Jurídicas Hipotecarias de Benalmádena (Málaga), y yo que no me callo ni debajo del agua, estoy encantado. La parte que me preocupa es el nivel de los ponentes que van a disertar allí sobre Plusvalías, Sucesión Universal, Cláusulas Abusivas y otros veinte temas más. Porque después de todas esas eminencias en la materia, DESPUÉS, subirá al escenario Moi Camacho a contar unos chistecitos sobre bancos. Y no me malinterpretéis, me encanta hablar sobre bancos, pero es que no se me ocurre ningún chiste sobre el tema. Porque los bancos y su política son de todo menos graciosos.

No tengo ninguna formación en temas financieros o económicos. Pero sí sé una cosa, y es acojonante que la olvidemos con frecuencia: sin nosotros, los bancos no son nadie. Llamadme reduccionista, o simplista. (O llamadme “Dragón Majestuoso”, que me mola mucho aunque no venga a cuento.) Pero los bancos no hacen nada. Yo he sido albañil, encofrador, pintor, cocinero. Yo soy capaz de hacer cosas. Y la mayoría de vosotros también. ¡Pero los bancos no! Cual parásito perfecto, los bancos viven de lo que hacemos tú y yo. Del dinero que ganamos sudando la gota gorda. De nuestras migajas. Los bancos viven única y exclusivamente de millones de pequeñas comisiones que se llevan por nuestro esfuerzo (a veces no tan pequeñas, y a veces no demasiado legales). Nosotros sin los bancos, dormiríamos, comeríamos, viviríamos igualmente. Ellos en cambio, sin lo que se nos cae de la mesa, NO. Ellos son los que deberían tratarnos a nosotros como amos y señores. Como a rockstars joder, y no al revés. Pero en cambio son los que dictan dónde y cómo vivimos, qué comemos e incluso quién nos gobierna y cómo. ¿Pero qué cojones está pasando?

Hace unos meses subí un vídeo a Internet que se hizo viral. Un día antes, los tabloides anunciaban que no íbamos a ver un duro del rescate bancario que soportaron nuestras maltrechas cuentas corrientes (¡oh, sorpresa!) cuando tuvimos que sacarles las castañas del fuego, a diferencia de otros países que han obligado a devolver hasta el último céntimo. La idea que lanzaba al aire en el vídeo, y seguro que muchos compartís, es la siguiente:

-Si tú tienes una hipoteca, al acabar habrás pagado DOS PISOS; uno para ti y otro para el banco. Es decir, unos intereses brutales. (¿Nos suena el término “usura”?)

-Si las cosas se te tuercen y no puedes pagar, tú tienes que aceptar las consecuencias y el banco te deja en la puta calle.

-Las cosas se nos han torcido básicamente porque los bancos se han jugado avariciosamente nuestras economías a la ruleta.

Bien, esto lo sabemos. PERO.

-A diferencia de a ti, si al banco le van mal las cosas no tiene porqué aceptar las consecuencias: el Gobierno (sin consultarte ni pagarte una copa, ni tan siquiera sin darte un besito tierno en la nuca) coge tu dinero para prestárselo a ellos. “Prestárselo”. Olvidaba las comillas.

-Si el banco te presta dinero a cambio de recuperarlo con intereses, en sentido contrario debería funcionar igual, ¿verdad? PUES NO. Tú pagas intereses hasta por el préstamo más ridículo; ellos no.

-Si ahora resulta que al banco no le viene bien no devolvernos lo que le hemos prestado, pues tampoco es cuestión de presionarle y ponernos bordes. Nuestros representantes en el Congreso (esos que no han notado la crisis, esos que tienen varios pisos en propiedad pero cobran sin ningún rubor pluses de alojamiento con los que vivirían varias familias en el paro) lamentan la situación, se ha hecho cuanto se ha podido, ojalá hubiera sido de otra forma queridos ciudadanos. Y aquí paz y después gloria. Hasta la próxima.

En resumen, que como habréis escuchado miles de veces, las ganancias son privadas, pero las pérdidas públicas. Así que llamadme simplista otra vez. Llamadme reduccionista. Alegad que lo que digo no es así porque fueron “Cajas de ahorros” y no “Bancos” (aunque la liquidez que regalamos a los primeros haya acabado en los bolsillos de los segundos). Argumentad que no se podía dejar que quebraran por el bien de los ciudadanos que guardaban sus caudales (porque otra opción era que afrontaran ellos sus errores con sus miles de millones de beneficios anuales, que no han disminuido, pero no hay que ser así tampoco, hombre). Cubrid su desvergüenza con la excusa que más os conforte, que yo pienso gritar en la charla de Málaga que los bancos solo son unas sanguijuelas prescindibles e inmorales. Hombre ya.